viernes, 23 de octubre de 2009

ZULEIMA, ARENA Y SAL





Sufrir sin quejarse es la única lección que debemos aprender en esta vida.
Vincent Van Gogh, pintor holandés.
Reinaba la incertidumbre en Hanah. Hacía días que no se explicaba como estar quieta significaba retorcerse de dolor. Los clientes de la tetería, los más allegados, le advertían día si y día también que fuera al médico, que su palidez no era normal, ni mucho menos sus exageradas ojeras. Pero ellos no comprendían que era mucho más. Pensó que por muchas y exactas explicaciones que diera a sus clientes y entorno social más inmediato, quedaba un largo camino por recorrer para que entendieran su dolencia crónica, para entenderla a ella misma. Su refugio había sido, y era todavía, la pintura. Cuando pasó diversas pruebas médicas y se sometío al examen de puntos del dolor no hubo más remedio que diagnosticarle fibromialgia. Ella recordó como ese veredicto no caló en sus ya maltrecho cuerpo hasta pasadas unas horas. Todo empezó a desmoronarse a su alrededor. La familia no comprendía, las amistades no llegaban a empatizar lo suficiente y algunos especialistas médicos repetían tras pruebas y pruebas que se tomase la vida con tranquilidad, que era inevitable el dolor. Dichosa enfermedad invisible. Reumatólogos y neurólogos recetaban y recetaban medicamentos que calmaban su infierno, pero no su tristeza.
La hipersensibilidad era acuciante. Sentía tal electricidad y rigidez en su cuerpo que se le nublaba la mente, y era habitual tener pesadillas, cuando podía tener el lujo de conciliar el sueño durante algunas horas, cuando no se pasaba largas noches en vela, maldiciéndose, y culpándose de tal desgracia. Pero no todo es caos y sufrimiento. Zuleima llegó a su vida, y la calidez de su voz y su mirada penetrante y escudriñadora hicieron entrar en juego la confianza de Hanah. No digamos de Óscar, hombre bueno y luchador, capaz de dejar cualquier cosa que esté haciendo por tenderte una mano. Fueron buenos recuerdos en la pensión. Ojalá le esté yendo bien en Rumanía. En sus peores momentos recurrió a la pintura, era su válvula de escape. Recordó como en la escuela de su país, en Alemania, le hablaron de una pintora contemporánea mejicana, que tras un accidente padeció transtornos de dolor crónicos y su sufrimiento lo plasmó en autoretratos. Era Frida Kahlo. Se sentía tan identificada con ella, tras muchas lecturas que realizó de su biografía....Muchos de los cuadros que había visto en manuales de arte o en biografías de dicha pintora definían su estado, pero uno de ellos; "la columna rota" se le grabó para siempre en la retina y en su memoria. Ella tenía clavos en el cuerpo, lágrimas constantemente en sus ojos y hernias que la obligaban a ralentizar su caminar, el paisaje a su alrededor se desgajaba en tiras, al igual que su cuerpo más y más.
Quería luchar como ella luchó en los tiempos de revolución acaecidos en Méjico, su revolución comenzaría ahora, vencería su enfermedad, sus músculos no se entumecerían más, las articulaciones serían flexibles de nuevo. La enfermedad la tenía la sociedad, que no veía más allá de su ombligo cuando opinaban sobre lo suyo sin conocerla de nada. Soñar es gratis y la lucha continua. Estaba ahora rota, pero renacería de sus cenizas cual ave fénix. Era su meta, seguiría dirigiendo la tetería de su buena amiga, pero no pensaba a que precio........
CONTINUARÁ.........................
Autores: Nayra del Rosario Hernández Benitez
Aarón Moreno Borges

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