Fueron a hacerse millonarios, a hacer las Américas. Pero el resultado fue en general decepcionante y hasta traumático. Algunos condiscípulos de mi colegio en Tenerife, viven ahora en el Interior de Venezuela, casi en paradero desconocido. Al saltar del barco o del cayuco grande tenían que buscar a un enlace que los acomodaba en un jergón para dormir la primera noche. Uno, muchos años más tarde, era taxista en Caracas y allí falleció. Sólo uno de los emigrantes del Valle, entre miles, llegó rico en los primeros años cincuenta y se paseó ufano con su cochazo americano, un jaiga, por las calles mal empedradas de la Villa Arriba."¡Un coche moderno, un coche moderno!", gritaba la chiquillería tras él. Hay quien estuvo cuarenta años en Venezuela y ahora vuelve huyendo del régimen bolivariano de Hugo Chávez. Otro amigo común, más lento, concienzudo e indeciso, se quedó aquí, y aquí ha vivido tranquilamente. Todo consiste -piensa-en no comerte el coco y desechar de tu programa de vida el mal sueño de hacerte millonario a machamartillo. Una década más tarde, otros emigraron al Norte. Se fueron de empleados a recibir fruta canaria a los muelles de Hamburgo, de oficinistas o simples obreros. Estuve una vez en Sheernes (enclave turístico costero a hora y media de tren al este de Londres), en un barracón para trabajadores emigrantes tinerfeños. La mayoría analfabetos, nunca comprendí cómo podían entenderse con aquel capataz inglés tan hijoputa. Uno de ellos no se defendía bien con la bandeja de camarero y un perro bulldog, el jefe del comedor, le ladraba tras sus espaldas y tenía pesadillas con que el bistec con su salsa se le caía encima del cliente. Al regreso necesitó asistencia siquiátrica.
La película Un franco, 14 pesetas -revisada recientemente en La 2 de TVE-lo dice todo. El realizador director, Carlos Iglesias, es hijo de emigrante. Padre e hijo partieron en 1966 y permanecieron en un pueblito de Suiza durante varios años. Los contrastes en aquellos tiempos eran apabullantes. La limpieza, los verdes paisajes, el agua corriente. La madre de Iglesias nació en La Mancha reseca -en concreto en Quintanar de la Orden, donde trotó el Quijote con Rocinante- y allá, en Suiza, cada vez que veía una fuente decorativa en una plaza pública manando agua, instintivamente se acercaba y se mojaba las manos. Iglesias hizo encuestas bastantes entre las familias de emigrantes y sacó entre otras una conclusión: la mujer española que se quedó esperando en su pueblo o barrio, no era tonta y sabía que alguna cana al aire se echaría "su hombre", pero en casi todos los casos le ganó la partida a la rubia extranjera contrincante; fueron maridos o novios perdidos y reencontrados en su templo... Y lo más traumático de todo es que en los vecinos de las mismas localidades que no emigraron, consiguieron al cabo de pocos años el mismo estatus social y económico que los que emigraron y luego regresaron. ¿España sigue siendo diferente? Hay división de opiniones.
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