viernes, 16 de mayo de 2008

´Pido perdón porque dejé de ser madre para ser inmigrante´



MAGDALENA HERNÁNDEZ VÁZQUEZ. DOMINICANA. EMPLEADA DEL HOGAR
12-05-2008
Magdalena Hernández Vázquez, Nani, contable administrativa en Santo Domingo y aquí, empleada de hogar

jonay Rodríguez
LA OPINION.ES

En ella se dan todos los tópicos de la inmigración femenina latinoamericana. Ha dejado en Santo Domingo a su esposo, a sus dos hijos, su carrera como contable administrativa, incluso ha perdido su religión evangelista. Lo hizo porque en su casa sólo entraban al mes 150 euros. Desde hace seis años se ocupa de planchar, guisar, limpiar y cuidar de una mujer de 25 años con mente de siete.

BELEN MOLINA .
"Nací en Santo Domingo hace 34 años. Estudié, me casé, me licencié en contabilidad con la especialidad de administrativa y tuve dos hijos. El mayor es José Gabriel y tiene 12 años. La pequeña, Nayeli, tiene seis. Me casé hace trece años, antes de terminar la carrera. Para mí estudiar no fue fácil. Mi padre consintió pero a cambio de que también trabajara, así que yo vendía pulseras para sufragar los gastos y después conseguí una beca por méritos académicos. Trabajaba cuatro horas por la mañana y luego estudiaba de dos a diez de la noche en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
Llegaba a mi casa a las once y tenía que prepararle la cena a mi marido porque allí no es como aquí, que los hombres comparten más. Allí hay más machismo. Por eso cuando nació mi hijo tuve que renunciar a él y dejarlo al cuidado de mi madre, que podía alimentarlo y cuidarlo.
Mi marido no. Aunque vivíamos en la misma ciudad estábamos a mucha distancia y sólo podía ver a José Gabriel los fines de semana. He dejado abandonado a mi hijo dos veces. Bueno, abandonado no, sino que no he podido tenerlo conmigo. La primera vez fue cuando lo dejé con mi madre para estudiar yo. La segunda, cuando me vine aquí.
Acabé la carrera con una tesis sobre cómo debía ser la administración de una empresa farmacéutica y se la dediqué a mi hijo. Yo le intento explicar cada vez que chateamos por qué me he ido. Le pido perdón porque dejé de ser madre para ser estudiante y ahora, para ser inmigrante. Perdóname hijo por no poder tenerte conmigo, por haberme venido. No te abandono. Eso es lo que le digo, pero a veces me lo echa en cara y me dice que sí, que le he abandonado. Menos mal que mi madre le recuerda todos los días el sacrificio que estoy haciendo por todos ellos. Un sacrificio bien, pero que bien grande.
Yo no me habría venido si hubiese encontrado trabajo allí, pero lo más que logré fue uno de media jornada como coordinadora de una cooperativa en una zona industrial dedicada a la confección textil. 150 euros al mes. En ese último trabajo ya estaba embarazada de la pequeña, de Nayeli. Mi marido es herrero y trabaja un mes sí y tres no. Lo suyo es un trabajo muy irregular. Cuando consigue empleo pica dinero bien, pero en esa época estaba en paro, vivíamos en una casa prestada por nuestros suegros a medio construir, sin marcos en las ventanas y con el suelo de cemento. Era muy deprimente.
Además, después de lo de las Torres Gemelas, la empresa fue decayendo hasta que nos despidieron a todos. Y venga a buscar trabajo, y busca y busca, pero nada, hasta que le pedí ayuda a una tía mía que trabaja aquí, en el servicio doméstico. Así fue como me vine. ¡Fue todo tan rápido, tan de repente, que hasta mi marido pensó que lo tenía planeado a espaldas suyas!
Mi tía me dijo Nani, aquí tengo un trabajo para tí en el servicio doméstico. Enseguida hice las gestiones, me dieron la visa (el visado) y en diez días me vine. Me vine a ciegas, a la aventura, sin saber si soportaría la lejanía de los míos. Mi hija tenía solo diez meses. ¿Cómo iba a soportar separarme de ella?
La víspera de mi venida fuí a la peluquería porque quería dar buena impresión a los señores que me habían contratado y al salir había una vestisca. Todavía no se qué me pasó, pero al día siguiente amanecí con la frente hinchada, como si fuese una bola, tanto que el médico pensó que mi marido me había pegado, pero me hicieron pruebas y no parecía grave. Me dijeron que debió ser un aire que cogí, pero yo creía que eso era una señal de Dios para que me quedara. Hasta un hermano me dijo, Nani, no vayas que te vas a descarriar. Porque yo era de la Iglesia Evangélica de Pentecostés, de esas que cantan el aleluya, y leía a diario la Biblia y los Evangelios, pero he perdido hasta eso por falta de tiempo.
Estoy interna en una casa, sólo libro un día a la semana y ya se sabe que las cosas de Dios hay que alimentarlas porque si no, te vas enfriando. Yo me descuidé desde que entré a trabajar en esa casa, el mismo día que aterricé en Los Rodeos, el 15 de noviembre de 2002, a las cuatro en punto de la tarde. Los señores me vinieron a buscar al aeropuerto y al llegar al chalé me enseñaron mi habitación en el garaje. Lo primero que vi fueron dos uniformes encima de la cama y me eché a llorar. Me lo esperaba, sí, pero fue un shock.
¡La de veces que he llorado desde entonces! Jamás había imaginado que trabajaría en el servicio doméstico. Lo acepto pero en el fondo no me resigno. Y no es mal trabajo porque gano unos mil euros al mes. Los señores me tratan muy bien, me alaban, le dicen a sus amigos que ahorro en agua, en comida, que soy una joya.
Gracias a ellos pude encontrar trabajo para mi hermana en otra casa. La verdad es que tener a alguien cercano aquí es un consuelo. Me ocupo de la cocina, de la limpieza, de la plancha y de la niña, que tiene 25 años pero mentalidad de siete. Después de darle el desayuno y de asearla, el chófer la lleva a un colegio especial hasta las tres de la tarde.
Por las mañanas arreglo la cocina, paso el aspirador, preparo el desayuno de los señores, pongo la lavadora y el lavavajillas, hago la compra y la comida. Y el tiempo que tengo libre aprovecho para hacer mis diligencias.
El día que libro también limpio una comunidad de vecinos con lo que sacó otro dinero extra para mi familia. Yo les envío 500 euros cada mes, a veces el sueldo entero si hay necesidad o alguien enfermó. Como trabajo interna no tengo apenas gastos. No bebo ni un buchito de nada para ahorrar. Lo ahorro todo. De esa forma, y con la ayuda de mi marido, he podido construirme poco a poco una casita que ya está casi acabada. La planta baja tiene unos 150 metros con su comedor, su desayunador, muy coqueta, y en la planta alta pienso construir dos apartamentos para alquilarlos.
Con eso y algo que me invente podremos vivir bien allí. Porque ese es mi sueño. Sueño despierta con volver. Emigrar es un paréntesis en mi vida que se cerrará. Yo lo veo así: tenía una meta que era construirme mi propia casa y ahora sueño con volver, aunque todavía no es posible. Todavía no. Al contrario, ahora estoy arreglando los papeles para traerme reagrupado a mi marido, porque alquilé un pisito junto con mi hermana para él y para nuestra privacidad, así que tiene donde vivir, pero resulta que sólo le conceden permiso de residencia. ¿Cómo pretenden que un hombre sea un mantenido?
Un hombre tiene que trabajar. Ese es el plan, que él también pueda aportar algún dinero para regresarnos cuanto antes porque si no... Nadie imagina en Santo Domingo lo que ha supuesto para mi venirme.
Cada verano, cuando voy de vacaciones, llevo todo nuevo, la ropa, el calzado, regalos para todos. Mis amigos y los vecinos piensan mira qué bien le va a Nani allá, pero no saben el precio que he pagado a cambio".

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