domingo, 5 de febrero de 2012

MIRLOS MENDIGOS

Si hay perros mendigos, siendo la mendicidad una característica exclusiva de los seres humanos, se debe a que los perros tienen de hombres (o mujeres, por si el género pareciera insuficiente). Cuando te domestican, tienes más o menos asegurada la comida, pero adquieres también las fragilidades del domesticador. Un perro abandonado o perdido es un indigente. Todos nos hemos tropezado con alguno en medio de la calle o en el parque y casi todos hemos huido de él para no hacernos cargo de un sufrimiento que podría ser el nuestro. El perro mendigo no sabe cruzar las avenidas, por eso duda en la acera, observando el comportamiento de los seres humanos. Va y viene con el rabo entre las piernas y hurga en los cubos de las basuras en busca de un pedazo de pan o de un hueso de pollo. No sabe ganarse la vida, en fin, de ahí que muchas veces elija la de un transeúnte y comience a seguirlo con la esperanza de que le abra la puerta de su casa. No hay castigo peor que ser elegido por uno de estos animales a la deriva cuando vas a comprar el periódico. Lárgate, le dices, deja ya de seguirme, y él te mira tristemente con los cuartos traseros encogidos y en su mirada comprendes gran parte de la tuya. Es la mirada de quien no entiende la realidad en la que acaba de caer, la mirada de quien ha sido expulsado del paraíso por una maquinaria de cuya existencia no tenía noticia.

Vete, le dices al perro, déjame en paz, e imaginas lo que sería tu propia vida si de un día para otro te quedaras sin casa, sin trabajo, sin familia, sin leyes que te dieran protección. Y es que del mismo modo que los animales domésticos adquieren las debilidades de sus dueños, sus dueños se contagian de las carencias de sus perros. Quien ha poseído uno de estos animales sabe que tendrá ya para el resto de su vida, inevitablemente, algo de perro (o de perra) Vete, le dices, mientras regresas a casa, amenazándole con el periódico. En esto, vuelves la vista y descubres, alrededor de un periódico tirado en el suelo, un grupo de mirlos disputándose las vísceras podridas de una decena de sardinas que hay en su interior. Dios mío, te dices, que invierno tan duro éste, e invitas a desayunar al perro pordiosero.

AUTOR: Juan José Millás

FOTOGRAFÍA: Aarón Moreno Borges

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