domingo, 6 de junio de 2010

RELATO "EL CUARTO MUNDO"


“EL CUARTO MUNDO”

En el respaldo gris de la vieja plazoleta, al caer el atardecer llameante de colores vivos. Él reposa su cuerpo debilitado y dormita sobre la sublimidad de su alma curtida por el sufrimiento y rechazo de una sociedad responsable de su metamorfosis interior de frágil cristal a diamante puro de máximo esplendor. Una metamorfosis hermosa y una historia de lucha, la de él, y la de tantos otros, sólo visibles para las almas y corazones sinceros e inocentes, libres de prejuicios y argumentos egocéntricos. Cerca de la plazoleta donde reposa hay una avenida impregnada de salitre del mar cercano por donde una señora, de porte elegante y aspecto impoluto, pasea a su pequeña hija sujeta a su mano repleta de anillos de oro. La niña, de unos cuatro años, de bucles dorados y ojos azules, vestida con un traje almidonado blanco de domingo. En su mano porta una piruleta roja en forma de corazón. Los ojos azul esmeralda de la pequeña se clavan en la profundidad de los ojos azabaches de él. Bastó más esa mirada que mil palabras, para que ella pidiera con insistencia a su madre acercarse a él y regalarle su piruleta roja corazón. Pero la madre se niega y la reprende. Ella se enfada y la madre la abofetea con la mano que la sujetaba.

En un abrir y cerrar de ojos, la niña corre hacia él para regalarle su piruleta roja corazón. Y no se da cuenta que el semáforo está en verde, y un coche avanza hacia ella. La madre grita, llama histérica a su marido por el móvil, y, él, viendo el peligro venir, empuja a la niña hacia la acera, pero el cuerpo debilitado no le permite correr y queda allí en mitad de la calle, su sangre se mezcla con la piruleta roja corazón de la niña, enganchada en su chaqueta. Mientras la ambulancia recoge ya su cuerpo inerte en el suelo, la señora de porte elegante, ya con su marido al lado, sigue regañándola.

De los tres ella sólo miró hacia atrás, hacia ese hombre que la salvó y hoy descansa en una fosa común repleta de madreselvas y violetas, pues la naturaleza fue más tolerante con él que el propio ser humano… .
Autores: Nayra del Rosario Hernández Benítez
Aarón Moreno Borges.

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