domingo, 16 de mayo de 2010

ZULEIMA, ARENA Y SAL






La pintura es poesía muda; la poesía, pintura ciega....
Leonardo Da Vinci
Tras recordar toda su historia de amor imposible con Said, y sus experiencias de vida, en Huelva y Lanzarote, se levantó de su alcoba, angustiada, sudando y con mucha tristeza en su interior. Sintiéndose como un albatro, cayendo en picado sobre un mar tormentoso y azul, en busca de un sustento que nunca encontraría. Miró a través de la ventana, el muecín llamaba a la oración. Empezó a orar, con gran devoción, intentando expiar todo el dolor concentrado en cada milímetro de su ser. Pero apenas sintió un ligero alivio, que ni siquiera logró reprimir sus lágrimas. Envolvió su cuerpo en sedas negras y su cabello, infinito y rizado, lo cubrió con un velo del mismo color. Luego se despidió de Zoraide, de la viuda de Sidi Alí y de todo el servicio que trabajaba en el hogar de su tío ya fallecido, a la mayoría los conocía de niña y les guardaba gran aprecio.

Zoraide insistió en que se quedara más tiempo entre ellos. Ya nadie le guardaba rencor. Sidi Ali la había perdonado en su lecho de muerte. Era fundamental estar con sus seres queridos para afrontar la triste perdida, que nuevamente la había dejado huérfana. Necesitaba reposo y descanso, pues en las semanas que llevaba en Fez, Zuleima había adelgazado mucho, y su debilidad era notable. Sin embargo ella no quiso ceder a los ruegos de su nana. Ni tampoco darle señas del lugar a donde se dirigía. Sólo le adelantó que no se preocupara. No saldría de Marruecos y volvería en unas semanas. Necesitaba encontrar la paz perdida y las ganas de vivir. Se abrazó a Zoraide con mucha fuerza, quien la acompañó hasta la salida de la casa, le dio un beso en la frente y le deseó suerte.

A partir de ahí se perdió entre las innumerables calles de la Medina. Tenía claro su viaje y su destino “Erg Chebbi” al sureste del país, un lugar lleno de magia, de infinitas dunas anaranjadas que tanto la protegían y la llenaban de positividad. Pero antes tenía claro que deseaba orar nuevamente a los pies de la tumba de Sidi Ali. Su silueta negra y delgada contrastaba con las lápidas blancas y ocres del cementerio. Y allí lloró mientras rezaba. Quería reprimir las lágrimas pero no podía. Empezó a llover y su cuerpo se quedó allí, arrodillado en actitud de penitencia junto a la tumba. Un niño se le acercó y la cubrió con una manta, temiendo que aquella misteriosa mujer enfermara. Ella le digo “shukran”, cogió su vieja maleta y prosiguió su largo viaje hacía el desierto… ………

CONTINUARÁ…………………………………
Autores:
Nayra del Rosario Hernández Benitez
Aarón Moreno Borges.

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