sábado, 26 de julio de 2008

DEJADNOS EN PAZ

En una sociedad dominada por el mercado salvaje, sólo, hasta ahora, está fuera del tráfico mercantil el alma del cuerpo (si, como decía Giordano Bruno, no es el cuerpo el que está dentro del alma).
Artículo de Jaime Richart.
Todo lo demás puede estar potencialmente en venta: desde los órganos anatómicos hasta nuestra mismísima pareja...
El caso es que quienes formamos parte de las grandes masas de población empezamos a acusar una grave falta de libertad, más en el campo aterciopelado del mercado que en el campo abrupto del orden interior o en el engañoso de las ideologías...
(He de aclarar que, a mi juicio, mercantil y mercado no son sinónimos aunque estén próximos. Lo mercantil apunta a la ingenieria financiera, a los asientos contables enrevesados, al trapicheo de intereses materiales y abstractos que no representan realidades sino ficciones de intercambios, manipulaciones publicitarias y psicológicas propias de las disciplinas antropológicas o sicosociológicas del conductismo y mentalismo... Mientras que mercado es simple trueque, desplazamiento real de cosas entre el que vende y el que compra lo concreto: desde un piso y un coche hasta un ciberjuego para móvil. Pero en fin, aceptemos su sinonimia)
Dicho lo cual, lo cierto es que vivo, y creo que vive la mayoría, abrumado por el mercantilismo o mercadeo forzoso (me niego a llamarlo marketing, tan manido está). Sus emanaciones se meten hasta la cocina (echando mano del símil en las retransmisiones de fútbol). Forzosos, porque no hay equilibrio de fuerzas; todo son contratos de adhesión o sobreexcitaciones nerviosas de lo que no necesitamos; espejuelos como el que mostró la serpiente a Eva y ésta a Adán, provocando la expulsión de ambos del Paraíso terrenal...
El caso es que la oferta de lo grandioso, lo inasequible, lo insignificante y lo estúpido que componen el oro y el moro de la modernidad, producen grandes pero subliminales convulsiones hasta paralizar toda iniciativa y toda tentación de rebeldía que pudiera cambiar esta sociedad extraña y postrimera.
Acabamos conformados con cualquier cosa. Basta un cucurucho de chuches o un enervante pasatiempo de Internet o un Porsche de quinta mano, para que cualquier conato de indignación o de protesta se nos hiele en el cerebro. Panem y circenses; pan y toros... en formato de pompas de jabón, nos paralizan.
Pero hay de todo. Los ciudadanos no estamos hechos todos del mismo paño. Además, cada generación tiene hoy día sus propias exigencias aunque muchas compañías no se percaten o les da igual. Ellas aleccionan a los esclavos y esclavas que tienen por cuatro perras tras un 900 o un 609, para que traten zalameramente lo mismo a un adolescente que a un cuarentón o que a un anciano chocheante. A esto se reduce la socialización de las democracias occidentales. Socialización que apenas se distingue de la masificación, de la demagogia o de la trata de rebaños inmensos de borregos.
El caso es que a las campañas atosigantes que proceden de los servidores telefónicos me he propuesto responder con otra idea fija a mi medida. Consiste en replicarles tantas veces como sea necesario, que comuniquen a sus jefes (que se pasan todo el año en una playa del Caribe), que somos legiones los que, con un cierto desahogo económico, buscamos por norma el producto que nos interesa y rechazamos toda oferta; y con mucho mayor motivo si se nos presiona, rayando en la coacción, con una docena de llamadas al móvil en un solo día hasta que, pese a rechazarlas, exhaustos, descolgamos el teléfono, fijo o móvil.
Que lo sepan de una vez. Nos quejamos de los abusos de los políticos y de la política. Pero todo empieza y acaba en el ámbito de lo mercantil y de la publicidad: alfa y omega de nuestra futura perdición. Desde esas esferas nos amargan la vida los mercachifles multimillonarios al frente de tinglados multimillonarios. Nos abruman en el televisor, y no contentos con ello nos hacen levantarnos de la cama o salir de la ducha intentando generarnos necesidades que o no sentimos o no podemos satisfacer; nos impiden ponderar nuestros deseos en función de nuestras posibilidades; tratan de anular nuestra consciencia y nuestra voluntad. Es vergonzoso vivir atenazados por el buzoneo publicitario entregado a inmigrantes explotados, y por el ring ring, el destello o la vibración del móvil. Ataquemos a estos abusos de los tejemanejes mercantiles, y estaremos en condiciones de pensar en los cambios sociales y políticos que esta sociedad necesita como el comer...
Fuente: Kaosenlared.net

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