lunes, 2 de junio de 2008

Matamos de hambre al resto del mundo para seguir atascando las autopistas

Es un "crimen contra la Humanidad", tal como lo ha definido Jean Ziegler, ponente de la ONU sobre el derecho a la alimentación: se trata de condenar a la hambruna a 800 millones de personas para que en los países ricos podamos seguir llenando las autopistas de grandes vehículos que despilfarran combustible.
Esto puede parecer un resumen simplista, pero no es más que la síntesis de la realidad. Ante la amenaza del cambio climático, desencadenado por las enormes emisiones de dióxido de carbono (CO2) de la actividad humana, las grandes potencias industriales decidieron reemplazar la gasolina y el gasoil por biocombustibles procedentes de cosechas vegetales. Como consecuencia directa, las reservas de cereales han caído hasta su nivel más bajo de los últimos 60 años, los precios de los alimentos han aumentado un 83% en tres años y graves disturbios -con víctimas mortales- han estallado por falta de comida en más de una veintena de países del Tercer Mundo.
Esta nueva epidemia de hambre amenaza a 37 países, incluida la europea Moldavia, según ha admitido el propio presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, pero las naciones ricas siguen promoviendo y subvencionando la utilización de cereales para producir carburante para automóviles. En estos momentos, los grandes coches estadounidenses están quemando una cantidad de maíz equivalente a las necesidades de los 82 países que la FAO clasifica como de bajos ingresos y alto déficit alimentario. Porque con el grano que se necesita para llenar un depósito de un todoterreno de gran cilindrada se puede alimentar a una persona durante todo un año.
Y aún así, EE UU, la Unión Europea, China, Brasil e India siguen adelante con sus planes de aumentar el consumo de biocombustibles.
En EEUU, no sólo la Administración Bush. Tanto Barack Obama como Hillary Clinton han hecho campaña en Iowa -estado granero cuya economía ya depende de la industria del bioetanol- prometiendo planes gubernamentales para fomentar un consumo mucho mayor de ese combustible, que ya se traga una tercera parte de toda la cosecha de maíz de EEUU. Una industria que, además, recibe subvenciones estatales de Washington por valor de 7.000 millones de dólares al año.
Igualmente, la ley de imposición de "combustible renovable para el transporte" aprobada en el Reino Unido el pasado 15 de abril obliga a mezclar las gasolinas con un 2,5% de biocarburantes, proporción que aumentará al 5,75% en 2010, siguiendo las directivas de la UE.
Es decir, las grandes potencias económicas están imponiendo y subvencionando el consumo desaforado de los biocombustibles que se fabrican con los cereales que necesita el Tercer Mundo para alimentarse. Y todo en nombre de la lucha contra el cambio climático.
Lo más sangrante de esa barbaridad es que se acaba de descubrir que en la producción de esos biocarburantes, supuestamente limpios y renovables, en realidad se generan más emisiones de gases de efecto invernadero que las que presuntamente se ahorran al reemplazar con ellos los productos petrolíferos habituales. Un reciente estudio publicado en la prestigiosa revista Science calculó que, tomando en cuenta la deforestación causada para establecer nuevos cultivos con los que fabricar biocombustibles, tanto el etanol a base de maíz como el biodiesel procedente de la soja producen el doble de las emisiones nocivas que las asociadas a las gasolinas.
¿Se puede cometer mayor despropósito? ¿Condenar a cientos de millones de personas a la hambruna con tan falsa excusa?
Sí, se puede. Pero no deberíamos permitirlo

Fuente: EL TABLERO GLOBAL, CARLOS ENRIQUE BAYO.

No hay comentarios: