Políticos e inmigración
RICARDO BRINGUERA Sigo con indignación como los medios de comunicación abordan el drama de la inmigración. Lo que para unos es un problema vital, se convierte en caballito de batalla de personas que desconocen la situación de la que se permiten opinar. Según ellos nos alertan de que el mayor peligro no está en los cayucos, ya que a la mayoría de estas personas se las aísla en centros de retención hasta que son deportadas o trasladas a la Península. Nos dicen que el verdadero riesgo está en los aeropuertos, en quienes entran como turistas para después quedarse. De este grupo dicen que en su gran mayoría son sudamericanos. Así los denominan dentro de ese gran paraguas llamado Sudamérica, sin especificar de qué país son los que invaden estas tierras.
Lamentablemente, lo mismo que ahora se castiga a quienes buscan un futuro mejor, hasta no hace mucho fue practica habitual de los españoles que, víctimas de la miseria, se convirtieron en emigrantes rumbo a la abundancia de las tierras fértiles de Cuba, Venezuela y Argentina, entre otros países. En mi país, -Argentina- no se sometía a ningún interrogatorio vejatorio a los que arribaban al puerto de Buenos Aires. A los gallegos, andaluces, vascos y canarios que llegaban no se les preguntaba los días de estancia, ni se les pedían datos sobre las tarjetas de crédito de las disponían... En esos tiempos la palabra era suficiente aval. Me gustaría invitar a gran parte de la clase política española a visitar el Museo del Inmigrante, instalado en la antigua Aduana del puerto de la capital. Allí, la dimensión del fenómeno migratorio hacia Argentina cobra su justa medida. Cifras, rostros e historias demuestran el incesante flujo que llegó a las costas del Río de la Plata. Por todo esto, quisiera pedirle a la clase política que al hablar de los sudamericanos que vienen a España, recuerden también la cantidad de españoles y descendientes que habitan en ese continente. Que no olviden que el único requisito que se les pidió para ingresar en esos países fue la buena voluntad, que muchas familias españolas llegaron a Argentina, por ejemplo, y declararon que llevaban esclavas para cuidar de sus hijo. Al pensar en esto se nota el diferente trato con la gente, ya que los argentinos tratamos a los españoles como hermanos y a nosotros nos tratan como inmigrantes no muy bien vistos.
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