
Un verdadero migrante sufre, tradicionalmente, un triple trastorno: pierde su lugar, entra en el ámbito de una lengua extranjera y se encuentra rodeado de seres cuyos códigos de conducta social son muy diferentes y, en ocasiones, hasta ofensivos, respecto de los propios. Y esto es lo que hace de los migrantes unas figuras tan importantes, porque las raíces, la lengua y las normas sociales son tres de los componentes más importantes para la definición del ser humano. El migrante, a quien le son negados los tres, se ve obligado a encontrar nuevas maneras de describirse a sí mismo, nuevas maneras de ser humano.
Junto a las raíces, la lengua y las costumbres sociales, el autor de este Ius migrandi (derecho a migrar) subraya la importancia de la autonomía de la persona en su definición como ser humano. Y es que es esta autonomía personal la que más en entredicho queda en las personas migrantes.
Uno de los ejes de este ensayo recalca el cansancio material y el sufrimiento psicológico del migrante, provocados por la experiencia de hallarse fuera de lugar, en medio de extraños. La constante atención para no interpretar erróneamente, o lo menos erróneamente posible, el lenguaje y las normas de conducta de la nueva sociedad a la que se llega produce un agotamiento físico y mental. Esta experiencia, además, tiende a ser universal. No es necesario ir al extranjero; este choque se da entre los medios rural y urbano en muchos casos.
Éste es el punto de partida de un ensayo que reflexiona sobre la condición personal del migrante, sus ilusiones, sus dificultades, su derecho a migrar, y a hacerlo sin tener que perder, en el camino, su dignidad de ser humano.
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