Cuando el debate aquí es sobre las costumbres de los inmigrantes, a una hora de avión el 10% de la población mauritana vive en la esclavitud. Hablan por primera vez
JUAN CARLOS DE LA CAL. Enviado especial a Nouakchott
Teewa pide protección. Con la mirada, con los gestos, con su silencio. También la pide con las palmaditas que le da a su bebé mientras busca, en lo más profundo de su ser, los recuerdos que han marcado su vida de esclava. Trata de covertirlos en palabras. No puede. No le salen. El peso de una NO existencia, en sus 25 años de vida, bloquean su mente. Y su espíritu...
Porque en Mauritania -a 350 kilómetros de España-, último país del mundo en abolirla, la esclavitud todavía es una costumbre, una tradición heredada de generación en generación. Nada que ver con las que los políticos debaten aquí estos días al respecto a la inmigración que nos llega. Allí, en el país del desierto, el 10% de la población -400.000 seres humanos-, vive esclavizada. Aquí, los candidatos amenazan con ser esclavos de sus palabras por un "quítame esos velos".
Pero lo importante es que, hoy, tras siglos de silencio, los esclavos hablan por primera vez para un medio de comunicación, poniendo cara a esta infamia.
Teewa nació esclava, como su madre y su abuela, en una adwabas, o guetos del desierto donde los amos dejan a sus esclavos cuidando los camellos. A los cuatros años se enteró de que no todos los niños eran iguales entre las dunas cuando su dueño no le dejaba, ni a ella ni a sus hermanas, ir a la escuela. Mientras aquellos aprendían los versos de El Corán con un morabito, Teewa iba a buscar leña y comida para los animales.
En la adolescencia se sentía orgullosa de su madre porque el amo iba todas las noches a su tienda. Eso significaba que le gustaba. Pero llegó un día en que el hombre, viejo y gordo, empezó a mirar su cuerpo de niña con otros ojos, una mirada que no prometía nada bueno. Acababa de cumplir 12 años cuando ocurrió. Una noche se abalanzó sobre ella. La violó y la dejó tirada llorando desconsoladamente. Lo repitió varias veces mientras ella le maldecía. Nueve meses después nació Chej.
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